Albert se puso la mochila al hombro, como todas las mañanas
tras haber devorado la tostada que iniciaba el trajín diario. Salió
apresuradamente por la puerta siguiendo el patrón de rapidez que había adoptado
con la tostada y sin darle tiempo a despedir a su madre como merecía. Avanzó
ágilmente por la calle cuando el eco de la sirena le obligó literalmente a
empezar a correr, en Londres no era como en Madrid, y la puntualidad era
símbolo de seriedad.
Al abrir la puerta de la clase la profesora enmudeció y le dio
la escusa perfecta para que aumentara sus prejuicios sobre la inmigración
española, que tras la caída de Madrid había aumentado dramáticamente. En un
perfecto inglés británico exagerado, la profesora, quiso demostrar su necedad
intentando humillar a un Albert que estaba muy lejos aún de esa pronunciación
británica mientras que, al mismo tiempo, su compañero de asiento bromeaba con
él jocosamente por su tardanza.
Al chico, no le gustaba la britanización que hacían de su
nombre, Alberto, pero como estaba en un país extranjero, debía aguantar esas
faltas de empatía bastante frecuentes.
Nuestro amigo cursaba el equivalente a 3º de la ESO siendo
un niño muy inteligente y físicamente muy competente, despertaba la envidia y
el racismo no solo de su profesora, sino también de las mentes más cerradas
londinenses.
Pese a todo, Albert era un niño normal, sin secuelas
psicológicas tras haber vivido los primeros meses de la guerra civil en Madrid
antes del exilio a Londres, con su familia y con un expediente académico
intachable.
En el recreo se sentía observado, pese a que estaba como
todos los días con sus amigos jugando y al volver a clase, nota unos escritos
en la mesa que estaban..... ¡¡¡en castellano!!!
-Hola Albert cuando leas esto responde, me llamo María-
Albert se frotó los ojos tras sospechar que le estaban
jugando una mala pasada, pero cuando los volvió a abrir esas letras seguían
ahí, imperturbables. Las letras parecían estar escritas vistiendo con sus
mejores y más pomposas galas y se situaban en la esquina superior derecha de la
mesa.
Los sentimientos de Albert cambiaron como árboles cambian de
invierno a primavera y de su estupor pasó a alegría y euforia.
-Hola María ¿cómo sabes mi nombre?-
Ya en casa no podía hacer los deberes, estaba
desconcentrado.
-¿Cómo es posible?¿Cómo una chica puede colarse en un
colegio de hombres y escribirme?¿y mi nombre..... ¡lo sabe!?-
Al día siguiente de nuevo tras el recreo una nueva
contestación.
-No importa cómo sé tu nombre, quiero que nos veamos hoy
tras las clases a las 5 P.M aquí en tu clase-
Albert estaba inquieto, -¿¡¡a las 5 en clase!!? debe de ser
una broma. ¿Por qué en clase?¿cómo entro si estará el colegio cerrado?-
El chico era muy
expresivo y la profesora que lo detestaba cargó otra vez contra él. De nuevo en
un perfecto inglés.
-Albert, quita esa cara de bobo y presta atención, no sé cómo
era tu educación en Madrid, pero aquí las cosas funcionan de forma distinta-
Le invadieron unas ganas de contestar a la profesora
descomunales, pero decidió contenerse justo antes de que su furia llegara a su
boca y agachó la cabeza. Él sabía que no era muy inteligente enfrentarse
verbalmente con su profesora y a la vez headmistress del centro (directora).
Ya en la tarde, Albert dudaba si ir o no, pero como a
cualquier chico de su edad le pudo la curiosidad. El chico recordaba un barrote
arrancado de la valla por donde los mayores muchas veces hacían pellas y lo usó
para entrar. Eran menos cinco y tras sortear al vigilante como si de una película
de James Bond se tratara llegó a su clase.
El aula estaba oscura, y usó esa oscuridad para mantenerse
oculto mientras llegaba María. A las 5 en punto se oyen pasos y voces,
encienden las luces y aparece la directora con 2 guardias.
-Este es el ladrón agentes aquí está-
Albert se puso blanco y tras observar la risa ácida de la
directora se dio cuenta de que se la había jugado.
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